Joya, Nunca Taxi

9 04 2010

1. Miércoles por la mañana. Nublado gris oscuro. Llueve. Son los típicos días en los que tenemos diez mil excusas para quedarnos en cama y una sola para levantarnos. Lamentablemente ésta última tiene el peso de veinte mil excusas, y sí, hay que hacerlo.

Al dirigirme al baño veo el reflejo en un espejo rajado en su esquina, como todo espejo de baño, un rostro parecido a la muchacha de la película «The Ring». Al pasarme el peine por el pelo, emula el mismo sonido que ella hace en la película.

Es curioso, pero cuando llamo un taxi para irme, tarda eones en llegar. Pero eso sí, cuando lo llamo y entro al baño para hacer «de lo segundo» aunque sea un rapidín, en el mejor momento (ese que te hace sonreir pese al olor nauseabundo), suena la bocina (con ese sonido de alarma que todo taxi tiene) y arruina la escena.

Desalineado, mal descansado y, obviamente, malhumorado por el momento que me hizo pasar el taxista, me aparezco yo en la puerta de mi casa con la camisa salida del pantalón y un pelo rebelde que no deja que lo peine.

El taxi es de esos viejos Peugeots 504. Esos, que al acelerarlos, suenan como la licuadora de la mamá. Atrás tiene la calco de «No corro, vuelo bajito» y el cartelito en la puerta de «Cierre despacio» en ese amarillo chillón.

La puerta no abre, obviamente, por lo que el taxista debe estirar su cuerpo y jugar con la puerta un momento hasta que ésta decide abrirse. Lee el resto de esta entrada »