Resultados Censo 2010: Soy 100% Idiota.

I. Bueno, pasado otro censo más, no puedo no hacer eco de ello.
Obviamente, este censo me recordó aquel que viví, 10 años atrás, en plena adolescencia.

En aquellos tiempos, «el país se caía a pedazos». Un tipo de bigote en la tele repetía: –No le abran la puerta, el censista les puede robar– con lo que yo, en un estado de fobia total, decidí atender a mi censista en la puerta, con una 9mm en la cintura.
Al sonar el timbre, recuerdo que abrí la puerta con la mano izquierda, pero solamente para poder asomar mi ojo. La mano derecha, atrás, lista para desenfundar ante la mirada de aquel malévolo censista.
Y allí estaba «ella», mi censista.
Joven, morocha, con anteojos y muy sonriente pese a sus horas caminando.

Yo no sé por qué, pero teniendo todo un día para visitar las diferentes casas, pasan casi de madrugada, tomándome de imprevisto.
Dado que se da un día feriado para censar, la noche anterior, obviamente, se sale a bailar.
Podrán imaginar mi aspecto. Despeinado, apestando a algo que podemos llamar alcohol, muy desalineado, con jogging y un buzo especial para estar de entrecasa, esos que tienen tremenda mancha de savora delante, esparcida tan inteligentemente con una servilleta húmeda en vinagre (consejo de la abuela), dejándonos una figura amarillenta que, mirándola con los ojos entre cerrados y a una distancia prudente de 5 mts, se ve la figura de el Señor.

Ya al verla (a mi censista), me puse tonto. Fui a abrir la reja de entrada, y al hacerlo, me la puse en la frente.
–¿Te golpeaste? -preguntó, como buena censista, poniendo la entonación perfecta a una pregunta estúpida.
–Qué bien hace su trabajo -pensé.

El sol rajaba la tierra y aún así, este esquizofrénico habitante del vasto suelo censado, atendió a la niña en la puerta.
A medida que las preguntas pasaban, iba perdiendo la voz, seca a esta altura, y de a ratos, pero sólo de a ratos, ella se desmayaba.
En ese momento intuí, sagázmente, que necesitaba agua.

Ya finalizando la encuesta, pude notar que estaba enojada por mi mala atención, ya que sus últimas preguntas fueron con cierto tono de disgusto, como esa novia que pregunta: «¿Y quién es ella?. ¿Ah sí?. ¿Una amiga?. Vos me ves cara de pelotuda ¿no?.»
–¿Qué tipo de descarga tiene en su inodoro? -preguntó.
–No sé cómo se llaman esos… O sea… Esos que tienen ahí la descarga, en la espalda… O sea… -titubeé.
–¿Por qué no te vas a cagar y me contás después?.
–Mochila, se llama mochila.

II. Este año, prometí no volver a cometer ese error. Ahora ya no había un tipo de bigote diciéndome que me iban a robar, era casi todos los canales de televisión y los grandes diarios que lo decían.
Aún así, y superando mis terrores, prometí volver a ver a ella, mi querida censista y le abriría las puertas de mi casa y corazón.
La noche anterior, 10 pm ya estaba durmiendo.
A las 7 am, como gallo con insomnio, me desperté y, música mediante, limpié hasta el último rincón de mi casa.
En el medio de la mesa, un florero adornaba la situación.
Encendí cuatro sahumerios, gasté dos poets (uno «frutos exóticos del bosque» y otro «olor a bebé recién bañado con jabón Lux aroma sueños de lavanda», ponele).
Arrojé pétalos en todo el palier (palier de lo que se llama palier, no es. Un «sin uso» entre la puerta de entrada y el comedor).

Yo, arreglado, arregladísimo. Camisa y pantalón de vestir, con unos gratos 36º de térmica y «un calor de la puta madre» de sensación térmica, 99% de humedad en mis axilas y 1020 hPa (dato poco importante pero que siempre se da en el pronóstico del tiempo).

Al sonar el timbre, mi corazón se detuvo por diez segundos y luego arrancó con una fuerza que parecía la base «musical» de «Pa Panamericano«.
Corriendo hacia la puerta, levanté pétalos por el aire. Abrí la puerta de par en par, como ebrio de cantina, brazos abiertos y pétalos cayendo en el fondo grité fuerte: –¡Hola, te estaba esper!…. -un hombre de carpeta me miraba atónito.
–¿Quién sos vos? -pregunté, inquisidor, un poco enojado.
–Acá las preguntas, las hago yo, ¿está? -contestó rápidamente. Luego balbuceó un «Zurrrrdito».
–Señor, sí, señor señor..
–Vengo a hacer la puta encuesta -dijo ya mal humorado- ¿puedo pasar?.
–Sí, claro -le dije rápido, notando cómo todo lo hacía en forma de pregunta.

Miró de forma despectiva lo que ahora se veía como un apartamento gay friendly.
La verdad que tengo que admitirlo, él, me puso nervioso. Estaba sudando como si de un examen se tratase. Pero no un examen común para el cuál no estudiaste, sino un examen de próstata.
Tal eran mis nervios que cuando me dijo «Nombre» contesté «Paso», así que ahora para el servicio de estadísticas, Don Paso está viviendo en mi casa, tiene inodoro de mochila y techo de chapa.

Las preguntas fueron rápidas e indoloras.
-¿Nombre?.
-¿Edad?.
-¿Sexo?.
-¿Tiene PC?.
-¿De dónde venimos?.
-¿Hacia dónde vamos?.
-¿Qué soooooomos?. ¿Tiburones?.
-¿Y la moto?. ¿Y Candela?.
-¿Chau?.

Lo que es importante también, es que contesté 28 preguntas de 30, con lo que espero haber aprobado. Me volvieron a cagar con las preguntas, la del inodoro y la del entre-techo, dificilísimas.
Aún miro la página del INDEC para ver si están los resultados de mi examen, y nada, 10 años de cursada para no tener mis resultados, «así estamos» -decía el de bigote.

Y con ese «chau», se despidió, siempre en forma de pregunta, aquel que arruinó mi encuentro con ella, mi censista, a quién aún espero, arreglo floral en mano, para ser encuestado en el 2020.

Aioz.-