¿Bailamo’, mamita?

I.
No hay nada más difícil que, siendo un joven muy poco pintón y carente de toda labia, sacar a una mujer a bailar.
Había diferentes grupos de gente cuando yo iba a bailar. Por ejemplo, aquellos que llegaban al baile antes de las 2 am para no pagar entrada; –Nos gastamos todo en chupa adentro -decían.
El «todo» no era más que unos pocos billetes que, aportados por todos, se transformaban en un porrón de cerveza o dos tragos largos y hasta ahí nomás.

Yendo temprano, uno sabía dónde estaba parado. Era como los jugadores de fútbol que salen a tantear el terreno de juego. Encuentran los «pozos» o donde el pasto está más largo que en otras partes o carentes de tal.
El boliche tenía aún las luces de la barra encendida con lo que se podía ver claramente quiénes se encontraban dentro, como para no llevarse sorpresas luego.
No había nada peor que sacar a bailar a una linda, alta y rubia para que al preguntarle el nombre nos responda con voz agrietada por wisky y faso un –Roberto. Pero hoy, llamame Charlotte.

La posta de entrar temprano era tomar un lugar estratégico en la barra. Desde ahí, podríamos ver el 90% del boliche tal que, cual francotirador, tengamos todos los movimientos de «las presas».
Yo, pertenecía al grupo que se juntaba en una previa, usualmente la casa de alguno de los del grupo y terminaban pagando por entrar a las 6 am para salir entre dos a tres horas más tarde.
Eso restringía mi búsqueda de buena ubicación, por lo que terminaba casi siempre en una esquina oscura, desprovista de toda luz y/o láser, y la única luz que se veía era la del patovica iluminándome con la linterna para que baje los pies de la banqueta de al lado.
A esta imagen de abandono se le sumaba tener la máquina de humo atrás mío, impidiéndome la normal respiración.
Entre carraspeos de garganta y ojos llorozos apoyaba el codo en la barra, empapada de tragos volcados, y con el índice levantado le pedía un trago al barman y una servilleta para el codo.
Como siempre, no faltaba el que ni se percataba de mi presencia y se me «acostaba», espalda contra espalda, haciéndome arrastrar el codo de lado a lado de la barra cada vez que pasaba mucha gente por esa zona.

Ya con el brazo empapado de punta a punta, llegaba la hora de la elección de las chicas, junto con mi amigo.
-¿Qué tal esas? -preguntaba yo.
-No, muy feas.
-¿Y esas?.
-Muy altas.
-¿Aquellas?.
-Enanas.
-¿Alguna de esas?.
-Se visten mal.
Esta elección llevaba unas dos horas para que, cuando ya entraba el sol por las puertas y ventanas del boliche, podía cruzar a mi amigo abrazado a un batracio de ojos marrones caca y labios carmesí.

II.
Yo era de tomar muchas precauciones al momento de invita a bailar a alguien.
Me paraba al costado de la pista y observaba hacia abajo a los grupos de mujeres que bailaban.
Una vez encontrada, cauteloso, estudiaba todas las respuestas posibles.
Un «si» directo tenía un análisis. Un «estoy con amigas» estaba amparado en mis pensamientos. «Me duele el pie», «estoy mareada», «tengo novio». Todas tenían una respuesta. Tranquilamente estaba 20 minutos analizando todas las respuestas y buscando una contrarrespuesta imposible de refutar.
A medida que se me iban acabando las posibles respuestas mi cara se iba transformando. La testosterona me invadía. Un aire a depreavación maquillaba mi rostro. Transpiraba como en un sauna. Respiraba entrecortado y me daba cachetazos en la cara como un entrenador a su pupilo.
No caminaba a ella, me deslizaba, codeando a los que se me cruzaban como un explorador dando de machetazos a la maleza.
Al estar a 2 metros de «mi presa», ella ya podía sentir mi olor. De repente empezaba a mirar para los lados sintiendo un peligro inminente.
Al entablar un contacto visual directo entre ella y yo, su cara de pavor y desesperación buscando ayuda en sus amigas.

Yo ya estaba decidido y nada iba a detenerme. Ya me había concientizado de que me iba a decir que si, y que si se oponía de cualquier manera tendría una respuesta para lograr que acepte.

En el avance no me importaba los codazos a la altura del riñón. Los pelos en la cara de las que bailaban. La cerveza derramada sobre todo mi pecho por el borracho alegre del medio de la pista. Yo estaba en «modo encare on» y nada me detenía.
Con voz temblorosa dije:
-¿Bailamo’? -no me salían ni las eses finales de los nervios.
-¿Qué? -contestó nerviosa.
Inspirado en Cacho Buenaventura tome la frase invatible:
-¿Bailamo’, mamita? -expulsé de mi boca dos palabras seguidas de saliva incontenible de haberle gritado en el oído.
No fue un cachetazo, no fue un «estoy bailando con el hombre invisible» ni ninguna otra negación. Fue una afirmación tramposa. Jugó con mi hombría y buscó la única respuesta que jamás hubiese imaginado.
-Si, pero creo que tenés el derecho a saber que hasta hace unos meses atrás, fui hombre.

Sé que no era verdad. Sé que lo hizo para decirme que no, pero sin herirme. Podía ver que era una mujer desde su nacimiento… Pero la frase ya estaba dicha y presente en mi cerebro. Y semejante locura le ganó a la cordura con lo que sólo pude sonreir y retroceder en mis pasos pensando: -¿Lo invito a jugar al fulbo’?.

Aioz.-

P/D: Sé que estuve ausente, pero una materia me tiene bastante preocupado como para escribir. Hoy sentí la necesidad de cumplir con mi Groupie oficial, así que dedicado a ella este post.