-Los chicos llevan la comida, las chicas las gaseosas -gritaba eufórica Rebecca al sonar el timbre para salir del colegio a la casa.
Los asaltos. Aquellas fiestas sanas de nuestros años adolescentes. Todas, pero todas las fiestas, eran una copia exacta de la anterior, pero con diferentes actores. Casi casi como Cats.
La previa era una mezcla de nerviosismo y frenesí, en donde nuestra hermana nos ayudaba con la camisa que nos íbamos a poner, al mismo tiempo que nuestro hermano nos decía que llevar «puflitos» era la posta y nuestra madre se mojaba un dedo con saliva y nos acomodaba las cejas y el flequillo.
Los más pintones, en cambio, se llamaban entre ellos y se preguntaban qué ponerse, para luego verlos vestidos iguales, cual gemelos, con camisita a cuadros, pantalón de jeans y zapatos náuticos sin medias.
Al llegar, los papis de Rebecca abrazados nos recibían. Nos encontrábamos con un patio oscuro, con pequeñas luces a los costados, el equipo de música bastante fuerte con Roxette sonando de bienvenida. A los costados, una mesa larga con la bebida que habían traído las chicas, y platitos para poner los puflitos, los palitos salados, las papitas.
Supuestamente, los papás no iban a molestarnos porque se iban a dormir, pero una que otra vez se los podía ver asomar un ojo para ver si nos comportábamos.
Yo tenía la maldita costumbre de llegar temprano, cuando no había nadie. Sólo la anfitriona y sus mejores amigas. Entonces ya podía sentir las desvastadoras críticas a la vestimenta, o a mi peinado «lamida de vaca», hecho por mi madre. Lee el resto de esta entrada »
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