Estoy en el bar de Claudio, en diagonal 80 y calle 4. Mi café ya se enfría, una persiana a medio cerrar deja pasar el haz de luz que atraviesa el último suspiro de vapor de mi taza. Puedo ver el sol molesto de la ventana que da a calle 4. Son las 7 am, y yo, estoy realmente dormido.
De repente, un esqueleto llega al bar, patea la puerta y entra osado u «oseoso». Me mira, y no dibuja ni una mueca.
Yo, realmente no reaccioné. Me quedé dormitando viendo como el café dejaba de tirar ese vaporcito.
El esqueleto no estaba nada mal vestido. Un jean ajustado, una camisa y, algo desubicado, un sombrero. Se me acerca y me dice:
-¿Vos atendés acá, gordito?.
-¿Gordito? -pregunté mirando mis pocos 50 kgs de peso.
Él sólo bajó su mirada observando sus costillas y se volvió a mi.
-Ah, claro -me di cuenta enseguida -«gordito». No, yo no atiendo, el barman está en el baño.
-¿Te jode si te acompaño mientras espero?.
-No, para nada. ¿Tenés hambre? -atiné a decir sin pensar. Me tomó dormido y por sorpresa…
-No te das una idea -dijo sin inmutarse.
Le alcancé una dona a medio comer que sostenía en mi mano, mientras él me miraba con esa mirada profunda, que toda calavera tiene, casi inquisidora.
Y aquí estoy yo, sentado frente a un esqueleto sin saber de qué hablar. El regreso del barman se me hace eterno.
-¿Tu nombre «es Queleto»? -dije, mientras hacía comillas con los dedos. Lee el resto de esta entrada »
Esto Comenta la Gente