El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos

I.
Y si, me lo hicieron notar. Definitivamente, estoy viejo.
Iba caminando por la calle, como si fuera la senda de mi vida esa vereda mal tratada por las lluvias y las raíces de los árboles, cuando dos niños, inocentes retoños de un futuro prometedor, me dijeron, sin intentos de ofender: -Le regalamos una concha marina, señor.
Es que no hay derecho, uno se cuida y trata de mantener su juventud viva, y vienen dos pendejos con un futuro de mierda, proyectos de piquetero cuya madre no es capaz de educar ni de cuidar su acera, a decirte ¿»Señor»?. ¿Qué se creen? No pueden decirme «joven» porque es una palabra para alguien mayor que el otro, pero un «amigo», un «che», un «oiga» o «flaco». «Máquina», «persona», «fiera», «locura». Y podría seguir. Pero no, ellos tuvieron que decir «Señor».
¿Será por eso que me enojé?, ¿será por eso que le cerré un ojo al gordito milanesero de un revés de derecha?, ¿será por eso que me opuse al arresto policial?, ¿será por eso que pasé 14 horas en la comisaría novena?. Es que no hay derecho.
Y luego de ese hecho, no quedó solo en una frase de un nene vendedor, seguramente de drogas, en plena calle. No, es mucho más. Abstenerse de llamarme exagerado, porque es verdad, abrieron una herida difícil de sanar.
Ayer noté que la cajera del supermercado me miraba. Antes, hubiese pensado que le gustaba. Ahora, solo puedo pensar que me está mirando como me quedo pelado, en mis vagos intentos por taparlo.
Es irónico, pero todo el pelo que perdemos en la cabeza nos sobresale por la nariz y orejas, o crece cual pullover de vellos en la espalda. Creo que si juntara en una bolsita todo lo que me corto de las orejas y nariz en esas noches de desvelo en el baño, podría taparme las dos prominentes entradas de mi cabeza.
Hoy me contuve de hablarle al gordito del ojo cerrado, pero sé, que cuando yo paso por el frente de su casa le dice a sus amigos: -Está hecho un pibe este, ¿no?

II.
Si bien la edad no nos restringe de nada (solo resta ver en youtube tantas cosas hechas por personas mayores), me di cuenta que la playa (esa playa donde se consiguen conchitas de mar que luego las venden gorditos barderos en la vereda rota de su casa) es donde más notamos nuestro deterioro.
Estando de vacaciones pude notar un color claro de mi piel que nunca había notado, como si la edad me estuviese poniendo cada día más blanco, digamos, blanco cadáver.
Mis ojotas, ya no son sexys para esa playa, y mi malla «acogotadora», esas que el elástico nos queda a la altura del cuello, no es lo que se usa.
Pararse a lo Forrest Gump, con las manos en la cintura con los dedos hacia abajo, no está de moda ya.
Con los dedos del pié al aire libre, pude apreciar que las uñas ahora crecen para el lado que ellas creen convenientes, y al notar esto, pude advertir que estoy gordo al tener que hundir con ambas manos mi estómago para verme los pies.
Destilo olor a naftalina, y mi Rexona si me abandona.
Ya no es lo mismo. En las fiestas, improvisar un pasito de baile era mi adicción. Ahora me quedó un esguince intentando bailar «Dance» agresivo.
El tiempo pasa, me estoy poniendo viejo. Y dejo de escribir, que me duelen los dedos. Me pregunto si será artritis…

Aioz.-

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